Frank Mayer
Por Frank Mayer - revisado por Salvador Aldeguer

El hombre delante del tablero

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Foto: almasam.blogspot.com

 

Ya en la autopista sentí algo extraño……

Hace tres años, mi padre insistió en que querría ingresar en una residencia para la tercera edad.

“Mi amigo Pablo del Club de Ajedrez vive cerca del parque, donde está situada la residencia”, explicó.

“Sólo tendré que cruzar el pasillo y cada día podré jugar al ajedrez con él.”

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Foto Cortesía Arqto. Roberto Pagura

A sus ochenta años cumplidos, mi padre se encontraba todavía en perfectas condiciones de salud.

Por este motivo, me cogió de sorpresa, cuando su amigo Pablo me llamó una noche y me dijo profundamente afligido, que mi padre había fallecido repentinamente.

Intentando consolarme, me dijo: “Federico no ha sufrido.Puso su mano sobre su corazón, jugando una partida con una posición bastante complicada, se recostó en el sillón y sencillamente cerró los ojos para siempre.”

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Pintura de Claude Weisbuch

No podía comprenderlo.

Justamente aquella mañana había llamado por teléfono a mi padre.

Se encontraba estupendamente y me rogó que le visitara por la tarde.

No pude cumplir su deseo, empeñado como estaba en recorrer varias tiendas en busca de un regalo para él.

Entretanto le llamé nuevamente por teléfono para decirle, que no le podría visitar hasta el día siguiente. Pero no cogió el auricular…..

¿Vivía todavía en aquel momento?

Lloré de desesperación por haberle decepcionado en el último día de su vida.

Durante el entierro me sentí sobrecogido y apesadumbrado. Por la tarde noté el deseo de visitar a su apartamento.

Quise estar solo entre los enseres, que el había tocado por última vez y pensar en él.

Ya en la autopista sentí algo extraño……

Cuando me encontré en el apartamento de mi padre y contemplé su tablero de ajedrez, alguien había vuelto a colocar las piezas en su punto de partida, poco faltaba para creer que estaba junto a mi.

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Pareció que su alma flotaba por la habitación y le conté en silencio que tristeza infinita sentía por su ausencia.

En mis pensamientos, me respondió, sagazmente y lleno de humor, igual que lo hubiera hecho en vida.

“Morir durante una partida de ajedrez, sin previo aviso, seguramente no es la peor muerte”, le escuché lo que me decía. “Sin embargo, me gustaría saber, si Pablo ha puesto su alfil en la casilla F5.”

Casi creí oír sus risas.

Muy lentamente fue amortiguando mi agobio; la tristeza la comencé a soportar algo mejor.

Me propuse preguntarle al amigo de mi padre por su última jugada de la partida y de alguna manera esta idea me proporcionó un cierto consuelo.

Al regresar a casa, conducía por una avenida arbolada detrás de aquel parque, una calle bonita con macizos de flores y bancos blancos.

En este lugar, mi padre solía descansar placenteramente durante los veranos con mucha frecuencia por haberse incorporado a las mesas de piedra unos tableros de ajedrez de mármol blanco y gris.

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Foto:
steinplanet.de

Ahora, durante el otoño tardío el parque estaba vacío.

Solo un caballero delgado con cabello gris se había sentado en una de las mesas.

Me miró.

Hasta no llegar a su altura, no le reconocí:

“¡Era mi padre!”

Fue tal mi susto que frené bruscamente.

En el mismo instante pasó fugazmente ante mi una sombra. Unos frenos chirriaron, un estallido, algo cayó con estrépito….

Todo ocurrió de forma vertiginosa.

Un coche se había cruzado en mi camino, colisionó contra una valla y se detuvo finalmente en una rosaleda.

Del coche salieron tres jóvenes demudados.

Entonces me di cuenta, la suerte que había tenido:

El conductor se había saltado un semáforo en rojo a una tremenda velocidad; sin mi brusco frenazo se hubiera producido un desgraciado accidente, del cual seguramente no hubiera salido bien parado. Me temblaron las rodillas.

Salí del coche y volví la vista atrás hacia el banco. Pero al otro lado, únicamente unas hojas marchitas se arremolinaron.

El banco estaba vacío.

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Todavía hoy en día, podría jurar: que viera allí a mi padre en vivo – una aparición, que quizás me salvó la vida.

Unos días más tarde, pregunté al amigo de mi padre por la última partida entre ambos.

“Federico se encontró en el camino de la victoria”, opinó con una amplia sonrisa.

“Sí hubiera puesto mi alfil en la casilla F5. Ya que, después de algunas jugadas más, hubiera quedado jaque mate y tu padre hubiera ganado.”

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Pintura de © Elke Rehder. Alfil “f5”

 

Por Frank Mayer - revisado por Salvador Aldeguer

Retoques y maquetación: Antón Busto

Sitges. Barcelona, junio de 2009

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