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La jugadora de ajedrez (II) Después del torneo de Atenas |
Recordemos: Ver primera parte Una vez que concluyó el torneo, con un resultado decepcionante para ella, porque no respondía al nivel de juego desarrollado, Eleni, la jugadora, embarcó en el trasbordador “Flying Delphin” con destino a la isla de Naxos. Subió por la pequeña escalera a la cubierta superior y confió su equipaje a un oficial, quien le indicó el asiento que había de ocupar. El barco se llenó rápidamente con una muchedumbre abigarrada de viajeros. Algunos se sentaron correctamente, mientras que otros se desplazaban ruidosamente de un sitio a otro de la cubierta para comer algo, fumar o buscar a conocidos. Un grupo de niños corrían gritando excitados ante la perspectiva de hacerse pronto a la mar. El desbarajuste ensordeció a Eleni, que se sentía preocupada y apenada. Sonó la sirena y el “Delfín Volante” zarpó, convirtiendo la aventura ateniense de Eleni en un recuerdo. El oficial pasaba entre las hileras ofreciendo zumos de naranja y galletas. Eleni aceptó agradecida este piscolabis ya que había de reconocer que sentía bastante hambre. Vació su vaso a pequeños sorbitos, mientras contemplaba el agua agitada por las enormes hélices. El cansancio la sobrecogió y se quedó dormida. Al cabo de un rato la despertaba una niña vestida de rojo, que la rozó con el codo cuando buscaba su camino por el pasillo.
La niña le recordaba mucho a su hija Dimitra, a quien había dejado con la sola compañía de su malhumorado marido Panos, mientras que ella se evadía en el mundo de ajedrez. De pronto, la perspectiva de su futuro le presentaba como una marea amenazadora. La pompa de jabón que para ella representaba el ajedrez, la había envuelto durante su estancia en la capital; pero ahora se quebraba, produciéndola inquietud ante su regreso inminente a la vida cotidiana. Eleni había perdido a su único amigo, el maestro de escuela, que la enseñó a jugar al ajedrez, muerto recientemente. Seguramente tendría que acogerse al paro y su marido, que nunca entendió su intensa dedicación al ajedrez, se separaría de ella por no poder superar esta humillación, ya que su mujer había abandonado las obligaciones propias de una mujer casada en una isla griega: cuidar al hogar, la familia y, adicionalmente, ganar dinero. Y todo por su adicción al ajedrez. A pesar de su cansancio, Eleni no pegaba ojo. Se levantó de su silla y esperó con angustia la llegada, del momento de la verdad, que la arrojaría a una soledad miserable. ¡Su vida había terminado! Llena de inquietud, pensaba en sí misma y por primera vez sentía el peso oscuro del recuerdo, que, hasta ahora, siempre tuvo en su mente el sabor de un tarde en el “jardín du Luxembourg”:
Sin embargo, algo le colmaba de un júbilo que no sabría definir, como una melodía alegre e inolvidable. Eleni sacó su perfume de su bolsito y aplicó unas pequeñas gotas detrás de cada oreja. Mientras tanto, Panos, su marido, roncaba todavía en la cama matrimonial, a la cual había regresado. Panos dormía el sueño de los justos, agotado por las colas de visitantes, a los que había de atender cada tarde, desde la época en que el talento y la fama de su esposa la habían convertido en una heroína. La guirnalda de colores que había colgado sobre la puerta para darle un aspecto festivo, se agitaba como si bailase, gracias al viento que ascendía del mar....
Nota: Esta novela ha sido distinguida con el premio internacional del libro “Corine” para el año 2006 Texto libremente adaptado a la novela de la autora Bertina Henrichs |