Frank Mayer
Por Néstor Quadri - ilustrado por Frank Mayer
La partida final
El ganador

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Pintura de Richard Earl Thompson (1914-1991)
Pintura de Richard Earl Thompson (1914-1991)

 

Por Néstor Quadri
de Buenos Aires

Néstor Quadri

Las reflexiones del abuelo tras sus gruesos anteojos fueron bruscamente interrumpidas por su nieto de catorce años, quien lo observaba con su mirada expectante. La partida de ajedrez era el clásico del domingo para el chico, luego del tradicional asado del mediodía en casa de sus padres.

- Dale abuelo, que tus finales no te salvan hoy. El abuelo analizaba profundamente la posición en el tablero con su típica parsimonia, mientras una sonrisa incipiente aparecía en su rostro. En su mente, las diversas combinaciones le predecían su próximo triunfo.

Pintura de Ilija Penusliski
Pintura de Ilija Penusliski

- Abuelo, este libreto está llegando a su fin -, le dijo convincentemente el pibe, mientras el abuelo movía un caballo con sumo cuidado.

Pintura © Elke Rehder Fine Arts
Pintura © Elke Rehder Fine Arts

El nieto desde muy pequeño había aprendido a jugar al ajedrez y había comenzado a concurrir a una academia de su barrio para perfeccionarse. Era muy preciso en su juego y tan confiado en su memoria, que ya dominaba sin ningún titubeo muchas variantes de las aperturas.

En cambio su abuelo estaba retirado de las lides ajedrecísticas. Tenía la experiencia de haber participado en numerosos torneos en su juventud, y ahora apostaba casi todo a su habilidad para conducir los finales.

- Para vos la partida es siempre un libreto-, le dijo el abuelo. - Trates de ganar con estudios previos, análisis, desarrollo… Conoces muchos detalles, muchas variantes, muchas aperturas,

Pintura © Elke Rehder Fine Arts
Pintura © Elke Rehder Fine Arts

mucho medio juego, pero en una partida de ajedrez eso no basta. Es en el final cuando llega la sorpresa y el golpe de gracia definitivo -, le refirmó.

- Eso lo decís vos porque nunca estudiaste y juegues de oído -, le replicó su nieto.

- No lo digo yo, eso lo dijo nada menos que el gran Capablanca

José Raúl Capablanca
José Raúl Capablanca en 1931
Foto © Cleveland Public Colection

-, le contestó el abuelo.

- Debas practicar los finales, si quieras participar con éxito en los torneos de ajedrez - , le recalcó.

Su nieto no le respondió. Sabía que en el fondo su abuelo tenía toda la razón del mundo, mientras aceptaba confiado el cambio de damas. Estaba seguro que no iba a perder, porque la partida era muy pareja  y en principio lo tenía todo bien calculado.

Sin embargo, no pudo salir de su incredulidad, cuando luego de unos minutos de silencio su abuelo le anunció las próximas jugadas con su infaltable sonrisa.

- Con un jaque quedes perdido, porque te cambio todas las piezas y entro en un final con un peón pasado, contra tus dos peones doblados y atrasados.

Pintura © Elke Rehder Fine Arts
Pintura © Elke Rehder Fine Arts

El nieto hizo un gesto que delataba su sorpresa. Se quedó analizando la posición de ese final largo rato y evidentemente era así.

- Igual tendrías ventaja decisiva, si no te aceptaba el cambio de damas -, le dijo concluyendo la aseveración de su abuelo y sonriendo con resignación, mientras inclinaba su rey.

Pintura © Elke Rehder Fine Arts
Pintura © Elke Rehder Fine Arts

Durante los años siguientes la calidad de su juego fue progresando y la carrera ajedrecística del muchacho fue realmente meteórica, ganando numerosos torneos en su país. Era evidente que estaba surgiendo en el universo ajedrecístico una nueva estrella, con otros ojos, con otros conceptos y con otras ambiciones.

Hasta que a los veintidós años tuvo su gran oportunidad, cuando se clasificó por su país para participar en un importantísimo torneo internacional, con los adversarios más calificados del mundo. Tenía la ilusión intacta, que le abriría las puertas al reconocimiento general, con todo el tiempo por delante para llenar las páginas de su vida.

En el desarrollo de ese torneo tuvo una magnífica actuación y estaba invicto hasta llegar a la partida final de la última ronda que sería la definitoria. Debía jugar con blancas justamente con el gran favorito, que era considerado por su experiencia como uno de los mejores jugadores del mundo.

En esa partida final, al maestro favorito le bastaba con empatar para ganar el torneo, por lo que con sus piezas negras planteó una defensa francesa muy sólida. Sin embargo el joven jugador logró una pequeña ventaja en la apertura, y luego fue minando estratégicamente, una por una, las defensas que su adversario le fue oponiendo en el medio juego.

Por último, llegaron a un final que parecía muy difícil de definir, pero que el joven lo resolvió con una precisión magistral, que les hacía pensar a todos los analistas de ese juego, que ante ellos estaba nada menos que el alma del genial Capablanca.

José Raúl Capablanca

Cuando el favorito del torneo completamente agotado y apesadumbrado, le tendió la mano para rendirse, las lágrimas de felicidad inundaban los ojos del muchacho. En medio de los aplausos, un grupo de amigos y simpatizantes inmediatamente lo rodeó para felicitarlo, mientras unos periodistas le sacaban fotos y buscaban grabar sus emocionadas palabras.

Evidentemente, había aparecido en el firmamento ajedrecístico una nueva y rutilante estrella, porque ese joven jugador había arrasado con los adversarios más calificados en ese importantísimo torneo internacional de ajedrez.

Pintura de Nicolas Sphicas
Pintura de Nicolas Sphicas

Y en esos momentos de gloria, no pudo menos que recordar a su querido abuelo, que hacía unos años ya se había ido de este mundo dejándole sus  enseñanzas y consejos. 

Pintura de Vieira da Silva
Pintura de Vieira da Silva

 

Por Néstor Quadri

Ilustrado por Frank Mayer

Retoques y maquetación: Antón Busto

Sitges (Barcelona), Junio de 2014

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